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tribuna
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Irene Montero y Vox se rifan otro 15-M

El desencanto no está hoy llamado a capitalizarse desde la izquierda alternativa, sino que constata el declive de ese espacio

La eurodiputada de Podemos Irene Montero, durante su intervención en un acto contra la guerra, el pasado domingo en Madrid.
Estefanía Molina

Irene Montero y la ultraderecha española se rifan la idea de otro 15-M en nuestro país. Ambos extremos han convertido la invasión rusa en Ucrania y la guerra arancelaria de Donald Trump en munición para relanzarse como supuestas fuerzas antisistema. Señalar a Bruselas, agitar el fantasma de unas élites alejadas del pueblo y resucitar viejos mantras de 2014: ciertos discursos de Podemos y Vox difícilmente se distinguen ahora. El populismo casa bien con el miedo a que haya una recesión económica, aunque siendo honestos, cierta desazón con el sistema en España era previa.

Es el momentum que atraviesa nuestro tablero político: algunos de los males que hicieron implosionar el bipartidismo hace tiempo han regresado a la palestra. La presunta corrupción institucional sacude la actualidad —caso Koldo y Ábalos—–. Las nuevas formaciones no sirven para fiscalizar realmente a los gobiernos, sino de comparsa acrítica. La clase media sigue con el estancamiento de su poder adquisitivo, por más que hoy no veamos aquellos desahucios masivos de 2012: la subvención al bonobús es una muestra de hasta qué punto muchas familias necesitan apoyo todavía. Atravesamos un período con fuertes paralelismos con 15-M, pero los efectos de la inflación no son como los de la austeridad, que indignan porque golpean directamente, sino que actúan como una carcoma silenciosa.

Sin embargo, el desencanto no está hoy llamado a capitalizarse desde la izquierda alternativa, Sumar o Podemos, sino que constata el declive de ese espacio. Proliferan nuevamente una serie de perdedores del sistema, que van desde los jóvenes que siguen sin poderse emancipar hasta los inquilinos que protestan por unos alquileres inasumibles; la desazón es su estado de ánimo ante tantas medidas estéticas. Ahora bien, no esperen un estallido social, ni acampadas en las plazas: no ocurrirá mientras no entre una terrible recesión por la puerta. La paz social hoy se mantiene porque sus padres o abuelos pensionistas aún pueden mantenerles.

Así pues, este período nihilista es el de la ultraderecha porque no lleva aparejado una ruptura instantánea, sino que tiene que ver con el destino de nuestros jóvenes a largo plazo, en pleno retroceso de la clase media desde hace décadas. El 17% de los ciudadanos españoles hoy apoyaría a Vox o Alvise Pérez, según la encuesta de 40dB.. Aunque España goce ahora de crecimiento económico, el problema siguen siendo las expectativas fracasadas de 2015. Si el sistema no puede ofrecer más idealismo a quienes se sienten perdedores, entonces habrá quien reclame una motosierra redentora a modo de protesta. Ese germen ya se ha instalado en Europa: la tentación de dar una patada al tablero sigue siendo fuerte para quienes creen nuestra democracia es disfuncional o les sabe a poco para paliar su malestar. Ni la guerra arancelaria de Trump parece disuadirles de la tentación por el caos, al ser la pulsión que atraviesa ya a muchos ciudadanos.

Precisamente, la mayor impugnación de los jóvenes seducidos por la ultraderecha es hoy al bipartidismo, que perciben como el garante de un statu quo que les oprime generacionalmente, rememorando aquel sentir de 2011. El reaccionarismo no solo atiende a ideas homófobas, xenófobas o antifeministas, sino que llega hasta quienes creen que este sistema —pensiones, inmigración, vivienda— está para sostener el bienestar de los baby boomers, mientras que los jóvenes tienen hoy muchísima menos riqueza y vivienda en propiedad que en 2002, según el INE. De ahí que su crítica también sea al Partido Popular, creyendo que hará más de lo mismo, cautivo del voto de sus mayores. El PSOE azul le llaman.

Sin embargo, Podemos se resiste a que otros le quiten el rol antisistema, y ha decidido relanzar a Irene Montero. Lejos quedan aquellas críticas de Pablo Iglesias a Izquierda Unida, acusándoles de “cocerse en su salsa de estrellas rojas”. La refundación del partido morado viene cargada de dogmatismos: llamar a Sánchez “señor de la guerra”, vender una paz que Rusia no practica mientras sigue bombardeando a civiles, o culpar a la Unión Europea de rearmarse para nuestra defensa. Podemos se disfraza de adanismo como si nunca hubieran estado en el Gobierno, pero hasta su amnesia es estratégica: muchos jóvenes de hoy no saben qué fue el 15-M. A ellos se dirigen. Es curioso que culpen a una supuesta Operación Yolanda Díaz de hundirles, cuando en verdad, Sumar solo fue el parche ante el erial que dejaron los líderes morados con sus errores políticos.

En definitiva, los extremos en España quieren sacar provecho del actual contexto de desasosiego, como si hubiera otro 15-M en ciernes. El matiz es que hoy el problema no está en el seno de una UE desunida como hace una década, sino que las amenazas vienen de fuera, donde el euroscepticismo solo puede servir para hacerle el caldo gordo al desorden trumpista-putinista. Podemos podrá pelear por venderse ante las nuevas generaciones como la izquierda verdadera, pero el catalizador de este período es la ultraderecha. Las crisis nunca son la causa de los problemas, sino que los amplifican o los aceleran: ya sea en el contexto internacional o en el doméstico.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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